POSTAL DE SANTA MÓNICA
Ese día de verano en Los Ángeles me encontré
conmigo mismo ―meses o años sin verme sin hablarme de esas cosas
que trato eludir de mí― en un aparcadero invadido por granjeros
extrañas hortalizas de colores en sus cajas y rojas zarzamoras
y allá a 900 kilómetros en casa un fantasma tirado en mi recámara
por qué no te acercas al mar me dije anda ve
y atravesé un malecón y un poco de la playa y subí al embarcadero
había un bar al fondo de modo que me tomé de la mano y me llevé ahí
pedí un mai tai y esperé al primer trago para levantar la mirada
el medio día estaba iluminando un mundo nuevo con inéditas colinas
y tras el malecón las fachadas que dios lavó en la hora profunda
las olas refundadas en el ir y venir de sí entre el perfume recién nacido de las frondas
y otra ola hecha de cinco mil conversaciones de los entusiastas bañistas
el murmullo gigante de las voces chocaba de frente con el rumor del mar
y tú estabas feliz porque la maravilla da también cobijo
y viste la densidad del corazón que se fue a astillar contra las rocas.