Todas las derrotas: De Hitchcock en la Cineteca Nacional
Acepté la invitación de Ari del Castillo y Matteo Pazzi para ir a ver una película, la exposición de Hitchcock y aniquilar juntos el tedio propio de los domingos. Bebimos café en la Roma y nos lanzamos. De camino, les comenté que tengo un registro de testimonios sobre rupturas amorosas que sucedieron en la Cineteca. Les conté que con frecuencia mis conocidos han relatado, frente a mí, historias de amoríos rotos un domingo de películas.
Un colega tuvo una cita con un bailarín. Ambos, vieron una película de terror. Luego bebieron unos tragos. Al salir de la Cineteca se dijeron “nos vemos luego”, eso nunca pasó. El argumento de mi amigo para no volver a ver al bailarín fue que no guardó silencio durante la función. Otra amiga me contaba que salía con un chico. Discutieron por culpa de Birdman y ahí dejaron el romance. Alguien más dio por terminado su amorío porque la chica de sus sueños fue una dictadora al elegir la función. Pensaba en esto mientras caminábamos, no puede evitar imaginar de qué hablan los enamorados que pasan el día tirados en los jardines. Imaginé que al final del día todos romperían por alguna tonta discusión.
Cada vez que veía una pareja me pasaba lo mismo: me entraba este pensamiento por las rupturas. Quizá porque yo había tenido una pareja alguna vez, y también una ruptura digna de telenovela. Pensé que nunca he tenido una cita en la Cineteca Nacional. La mayoría de mis romances sucedieron en Guanajuato, en la capital del estado, ahí sucedieron también casi todas mis derrotas.
Matteo interrumpió mis pensamientos fatalistas con una carcajada, se burlaba de los intentos de pájaro que adornaban un pasillo antes de la sala de exposiciones. “Parecen bigotes, creo que la expo va estar pinche” —sentenció—. Traté de no hacer juicios. Fuimos hasta la taquilla, pagamos nuestro boleto.
La Muestra “Hitchcock: más allá del suspenso”
Se expuso en el Espacio de la Fundación Telefónica de Madrid (2016) y en el Museo San Telmo de la ciudad de San Sebastián (2017) y ahora está en México curada por Pablo Llorca. Hasta hoy se estima que la muestra ha recibido más de 40 mil asistentes y ya se anunció que su exhibición se extenderá hasta el 3 de marzo.
Al inicio del recorrido caminé detrás de una parejita que reía y se tomaba selfies. Los tengo enfrente. Se besan cada dos segundos. Estamos junto a la pantalla que explica cómo se filmaron Los pájaros. No parece importarles. Se ve que acaban de iniciar el romance. Uno se adivina más enamorado que el otro. Empiezan a aburrirse. Se besan. Caminan más a prisa. Los pierdo de vista.
Ari se me acerca con cara de fastidio. No decimos nada. Nos separamos otro tramo. Iré por partes, quizá primero deba hablar del montaje de la muestra. Me parece regular, no es malo, tampoco bueno, nada sorprendente. Aunque se puede mejorar. La curaduría, por otra parte, no la entiendo. La muestra no cuenta con algún hilo que la conecte, un enfoque o algo que la justifique. El exceso de pantallas con videos conocidos, los facsimilares y fotogramas —de poca calidad— dan la sensación de que la exposición se documentó de forma improvisada. Todo el recorrido de la muestra se conforma de materiales y documentos sin mucha relevancia —nada comparable con “Stanley Kubrick: la exposición”—. Quizá estas dos muestras no tenga en sí algo que ver, sin embargo, creo que la experiencia Kubrick creó expectativas, al menos en mí. Prefiero buscar a la pareja del inicio. Parecían más interesantes que las fichas en las paredes.
Cuando los encuentro de nuevo hablan de Psicosis. Él argumenta que Norman Bates merecía un lugar protagónico en esta muestra. Ella voltea los ojos. Le dice que la expo va de Los pájaros, no de Psicosis. Sacan otra selfie. Él evidentemente molesto le pregunta que harán después. Ella no contesta.
Es probable que nosotros —pretenciosos como somos— estuviéramos esperando más contenido, más fetiche. Aunque, luego lo pienso de nuevo, y no… “Cineteca, esta vez eres tú y no soy yo”. Creo que Hitchcock daba para más. Incluso creo que el pretexto era perfecto para crear un recorrido memorable.
Al salir Ari es la primera en quejarse. Concluimos que su baño —con la clásica cortina hipster de Psicosis— tiene mejor curaduría que la muestra. Luego, los tres hablamos de la parejita. Compartimos nuestra versión del pleito que protagonizaron en la sala. Al parecer yo me perdí un fragmento en el que ella le reclamaba a él su poca habilidad para comprender la complejidad de la muestra. “Señorita, si está leyendo esta columna, sepa que su novio estaba en lo correcto, aquella muestra era una estafa.
Tratamos de comprar boletos para ver Suspiria, no tuvimos éxito. En la taquilla una pareja de chicas discutía no sé qué cosa. Nos sentamos a pensar un plan B. Cuando a lo lejos apareció ante nosotros un padre de familia envuelto en un pants tipo Power Ranger. Del otro lado, estaba su pequeño hijo. Jugaban muy divertidos. Lanzaban algo y corrían. Presté atención y aquello que lanzaban era un delfín rosa de peluche, no un balón de americano como suponía. El Power Ranger complementaba el outfit con una cangurera de piel —que debió tener puesta desde los ochenta—. Al menos ellos parecían felices. Seguro no son parte de los 40 mil asistentes “Hitchcock: más allá del suspenso” y tampoco tienen pretensiones amorosas de domingo.