Donde la vida bulle

Ésta no es la carta sobre el libro de la mística salvaje, pero quería escribirte. También quería volver a esta coyuntura de la Rua Andrade con la Rua María. Aquí sobre esta Rua María, esquina con la Rua María Andrade, le escribí la carta a María Aveiro. La primera vez que vine a Lisboa fue en enero de 2017, hace dos años, y me quedé en la Rua dos Douradores, casa de Giari. Hace cuatro meses, cuando vine a Budapest y pasé por Lisboa, subía por el lado del Jardín de Graça, por la Calçada do monte, y sin haberlo buscado di con la Rua Damasceno Monteiro. Podría haber quedado todo esto en mera anécdota de no haberme mudado esta vez, nueve mañanas a principios de enero, a la Rua María Andrade esquina con la Rua María. ¿Qué tiene de particular este asunto? La Rua María Andrade toma su nombre en el cruce con la Rua María da Fonte y termina en la Avenida Almirante Reis. Sólo tres cuadras dura, pero más allá de la Rua María da Fonte empieza la Damasceno Monteiro, que sube hasta encontrase con el Largo de Graça. Para mí fue claro, porque entonces ya había escrito eso de que yo nunca había estado en Lisboa y era verdad, a pesar de haber venido ya por cuarta vez. Había dormido en Douradores, había ido a la Tasca, a la Pombalina, al Farnel. Había subido a San Vicente de Fora, al Monumento a los Descubrimientos, había ido a Belén y al Parque Eduardo VII, había bebido en Bairro Alto. Había estado en Alfama y me había tomado ya cuatro fotos, tres con máscara y una con rostro mío en el azulejo surrealista, había ya bebido en Trobadores y conocía el puente Vasco da Gama y el Parque de las Naciones, pero no había estado en Lisboa. Yo venía siguiendo a Fernando Pessoa y a la heteronimia, venía si se quiere al encuentro de Tabucchi que se me apareció en la Damasceno Monteiro y había no querido ver a Saramago, porque lo veré en el Alentejo, pero no había estado en Lisboa. Venía a estar con María Aveiro, pero no había estado en Lisboa. Cuando vi que más allá de la Damasceno Monteiro empezaba la María Andrade comprendí que había llegado a Lisboa, y quizás, si bien no a una conclusión, sí a un término. Estuve en Lisboa. No era ya la de Pessoa, ni la de Tabucchi, ni la de Giari, ni la de Aveiro. Era mi Lisboa, a pesar de mí, con mis idas y venidas a esta esquina y con las idas y venidas sobre la Damasceno Monteiro. Lo que hice fue caminar, andar mucho todo lo largo de la Damasceno, para, como quien dice, desandar esos pasos de los libros y andar los de la realidad. María me había dicho que no sabía qué realidad estaba viendo yo, y creo que la que veía era la de los libros, los poemas, la literatura, pero no la vida. Alguna vez Eusebio Ruvalcaba, cuando leyó un borrador de las Vías paralelas, me dijo:

[..] creo que tu libro posee un encantamiento inequívoco y al cual es imposible sustraerse: prosa tersa, arroja algarabía espiritual, pero no sólo eso. Tu libro –perdóname que te lo diga- es un extraño híbrido entre dos hombres. A mi modo de ver esto no se debe a un peregrino desconocimiento de los géneros literarios, sino a una actitud pusilánime ante esa cosa extraña que se llama vivir. Es decir, la bronca no se resuelve hacia adentro, sino hacia afuera, donde la vida bulle, porque cuando yo como lector quiero que la acción prosiga, sobreviene la maldita literatura y el torrente se va por el camino mediocre. Las excesivas citas dan cuenta de esa insolvencia. En fin, no me hagas caso, para variar estoy briago. Te agradezco la deferencia de que hayas compartido tu texto conmigo. ER.

Todo eso es verdad, aunque se trate de una cita (el poeta recita, el ensayista parasita). Yo buscaba resolver las cosas hacia adentro, pero no las resolvía. Me oculté. Quise mostrar, pero todavía con máscara. Fue más fácil decirle a María Aveiro “hubo una voz que estuvo y luego no fue más”, que decirlo así en esas Vías paralelas. Así fue y aquí fue de otro modo, en Anjos. Había que estar donde la vida bulle para estar en Lisboa. Tuve suerte de que Giari viviera en Douradores, tuve suerte de que María me amara en Douradores y de que todo aquello que vimos estuviera en la ruta de la Baixa, en la ruta de lo que hay que ver cuando se viene a Lisboa. Pero ya en el Parque de las Naciones había notado que hay otra Lisboa, muchas. Y en Almirante Reis, en Intendente, comenzó todo, por eso volví hoy a esta coyuntura, porque más allá de Damasceno Monteiro se acaba la literatura y empieza la vida, en Anjos, o en Arroios, adonde no se llega tan fácilmente porque no hay combio que pare en Arroios, pero da igual.

Desde estos ventanales las tardes son muy bellas. Vine hace casi dos horas y bebo una cerveza, quizás a la memoria de Eusebio Ruvalcaba, a quien no quise ver en la Ciudad de México porque no quería beber tanto, tan tarde, tan lejos de casa. Aquí estoy lejos de Tochan, pero tampoco beberé tanto ni tan entrada la noche. No vine a beber, sino a escribirte esta carta y a avanzar en algunos pendientes. ¿Qué es eso de que la vida bulle? ¿No hay acaso vida en las letras de Tabucchi o de Pessoa? Es un accidente, una circunstancia que Pessoa haya nacido aquí y que aquí haya tenido que volver luego de terminar el bachillerato. Es verdad que no se quiso ir, pero ¿en verdad estaba aquí? Hay un roteiro Pessoa y hasta Airbnb ofrece quedarse en cuartos donde Pessoa alquiló en días de penuria. Por supuesto, ahora esos lugares son confortables, desconozco los precios, pero ¿por dormir ahí, estaremos cerca de Pessoa? Algo me pasa igual en la Casa Pessoa y en la charla que fui a oír sobre el Libro del desasosiego. No siento igual en Douradores, esa calle tiene magia propia, toda la ruta de la Baixa, hasta el Terreiro, pasando por el Arco, tienen magia y la reviven las palabras de Bernardo Soares y las cartas de Fernando Pessoa. Lisboa, por supuesto, tiene magia. Aquí me vine a romper, porque la carta que tuve del tarot fue la Torre y está bien; pero todo empezó a precipitarse en octubre, cuando tomé el avión para Lisboa, para ir a Budapest. Ahí tuvimos que por fin limpiar el cuarto de en medio, en la casa de la Antorcha, que ya no habitamos. Hacía tiempo que ya no la vivíamos, pero hacía mucho  más que la teníamos ahí, atestada de papeles y memorias muertas. No era humus, era muerte lo que ahí había. Tuvimos que desalojar ese cuarto porque íbamos a dejar la casa. Mi madre fue y levantó todo. Metió papeles y periódicos en bolsas y las fue a dejar adonde vivo ahora.

Yo estaba en Lisboa, o entre Praga, Viena o Budapest, pero aquí andaba. Volví a México y ya había conocido a María. Durante el mes que preparé mi vuelta a Lisboa, para estar con ella, aproveché para tirar muchos papeles viejos y periódicos humedecidos. Fueron más de cinco bolsas de basura. Y luego de que he leído las cartas de Pessoa a Sá-Carneiro, pienso que también así puede pasar como con el río que le recuerda a la revista Orpheu, que uno activa cosas en un lado y que no importa adonde viaje uno, como la muerte en Samarkanda: lo que ha de ocurrir, ocurrirá. Y está bien. Aquí me vine a romper, pero aquí también están rompiendo muchos edificios ahora, como en tantas partes. “Se llama gentrificación” decía la primera foto que tomé en la Rua Damasceno Monteiro.

Luego había otros grafitis, en la segunda foto que tomé. Para la tercera, la pared estaba enteramente blanca, ya gentrificada, supongo, y no había rastro de lo que había sido. Decía Vicente Quirate que decía Baudelaire que cambia más pronto una ciudad que el corazón de un hombre. A mí el corazón se me cambiaba poco, porque andaba siempre cargando, con saudades, recuerdos de todo lo que ya no está. Hay que limpiarlo, supongo, para seguir. En eso estamos, y queremos ponernos ahí, donde la vida bulle, sin necesariamente estar ebrio, para estar. En todo caso, como el corneta Rilke, ebrios de realidad. Ahora que lo digo, te quería contar que estar aquí en cierto modo es cerrar también el ciclo que empezó en Berlín, que empezó en la Provenza, que empezó en Chapingo. Pero el de Berlín es el del corneta. Decía yo, en tono de burla, que habría de cantar alguna vez la Melodía del amor y la muerte del becario Miguel Barajas, pero no lo veo ahora. En todo caso, ya estuvimos en la tumba de los Rilke, dos veces, y ya conocimos Hungría. ¿Vinimos a morir en combate a Lisboa o a nacer? ¿Quién puede distinguir? Como sea, queda pendiente la lectura de la mística salvaje y su debido comentario. Voy a seguir aquí, donde la vida bulle, y beberé una cerveza más, a la nuestra. Salud.

 

Crew Hassan, Lisboa, 24 de enero de 2019